Si en este momento me preguntaran si he cumplido algunas de mis fantasías sexuales, tendría que decir que no. Sé que algunas fantasías son inalcanzables, y en esa categoría estabas Tú.
Hasta hace unas cuantas horas, las miradas de todos los abogados y abogadas estaban sobre ti. Es claro que en las fiestas de fin de año uno se viste o se arregla diferente al día a día de la jornada laboral. Pero para la mayoría de los presentes, era la primera vez que conocíamos tus piernas, al menos en persona, ya que en redes sociales era otra historia.
Fue casi al final de la fiesta cuando me interceptaste preguntándome si ya me iba, y con titubeos te contesté que sí. Ahí fue cuando me solicitaste llevarte a la oficina.
Me costó mucho trabajo concentrarme al manejar. Teniéndote a escasos centímetros y con tu perfume inundando todo el carro, me era casi imposible no voltear a ver tus piernas disimuladamente.
Al llegar al edificio, y con la excusa de ayudarte con uno de los premios de la fiesta, me pediste subir contigo a tu despacho. Ahora, caigo en cuenta que ese favor no tenía sentido, la fiesta en ese momento ya habría terminado.
Salimos del ascensor y caminaste adelante de mí. Tu ritmo era rápido y marcado, creando un eco con el sonido de tus tacones al caminar. Voy detrás de ti con la vista hacia abajo, en donde solo puedo ver tus pies en esas sandalias negras y el inicio de tus pantorrillas. Tengo la impresión de que tu falda ahora está más arriba de lo que estaba minutos antes, pero no me atrevo a levantar la vista para corroborar y ver el inicio de tus caderas.
Abres tu despacho y me pides pasar, mientras me esperas sosteniendo la puerta. De espaldas a ti y frente a tu escritorio, escucho que cierras la puerta y el sonido de tus tacones me advierte que estás a mi espalda. Date la vuelta, me ordenas, y de inmediato me tomas de mi chamarra y me empujas hacia el escritorio. Con mis nalgas al borde del escritorio me pides que abra mis piernas, dejándote el espacio suficiente para pegarte a mí.
Te colocas entre mis piernas y te pegas a mi entrepierna sin dejarme de mirar a los ojos, con actitud totalmente dominante. Tomas mi corbata con tu mano izquierda, me jalas de ella sutilmente hacia ti; con tu mano derecha empiezas acariciar desde mi rodilla izquierda hacia arriba, subiendo por un costado hasta llegar a mi cuello. Como si fuera tu presa, no dejas de verme y, con total dominio, acercas tu rostro al mío, provocándome y tratando de escuchar mi respiración, mientras que con tu muslo izquierdo haces presión sobre mi entrepierna, sintiendo mi erección.
Lames mi labio superior, me desespero cuando lo haces y quiero besarte. Me detienes y aprietas mi cuello. Llevo mis manos de forma desesperada a tus nalgas. De manera determinante me ordenas que las quite o todo acaba. No me puedes tocar aún, me dices al oído, rozándolo al final con tu lengua.
Mi respiración rompe el silencio de tu oficina. Acaricias mi cuerpo de la cintura hacia arriba, con tu mano derecha llevas mi cabeza hacia atrás, dejando expuesto mi cuello. Me besas y lames mi cuello, mientras me desatas la corbata. Ahora tu respiración se escucha al compás de la mía. Tener el control y dominarme te excita.
Ya sin corbata, y sin dejarme de comer el cuello, con tus dos manos, de forma violenta, tiras hacia los lados mi camisa. Los botones saltan y dejan ver mi torso desnudo. No puedo evitar gemir sintiendo como devoras mi cuello al mismo tiempo que descubres mi cuerpo.
Te olvidas de mi cuello y volteas hacia bajo descubriendo mi cuerpo sin camisa, mientras tus manos de forma delicada rasguñan mi piel, desde mi cuello hasta mi abdomen bajo. Gimes y te muerdes el labio inferior. Sin dejar de ver mi cara, haces más presión con tu muslo izquierdo sobre mi erección con la intención de sentir más mi cuerpo.
Levantas tu pierna derecha sobre la mía, y la apoyas por completo en tu tacón sobre el escritorio. Inevitablemente tu falda se levanta, dejando casi al descubierto tus nalgas que van con esa lencería tipo tanga de encaje negro. En esa posición, usas mi pierna para sentir roce y preción sobre tu entrepierna.
Me ves nuevamente a los ojos, no aguantas más y me besas de forma intensa. Nuestras lenguas se enredan. Tus caderas se mueven de arriba a abajo sobre mi pierna y empiezo a notar tu humedad en la tela de mi pantalón. Llevo mis manos a tus nalgas levantando por completo tu minifalda, dejándola enrollada en tu cintura.
Gemimos juntos con esta especie de masturbación mutua, desnudas tu torso mientras mis manos ayudan al movimiento de tus caderas. Te empiezo a comer el cuello y bajo a tus senos; con tu mano izquierda desabrochas mi pantalón y te abres paso para tocar de forma directa mi pene con tu mano.
Tiras hacia abajo mi pantalón y ropa interior, me tienes prácticamente desnudo. Viéndome a los ojos llevas tu mano izquierda a tu boca para llenarla de saliva, para después llevarla a mi pene. Me masturbas sin dejar de ver como tu mano sube y baja descubriendo mi glande. Gimo fuerte y nuevamente llevas saliva en tu mano lubricando más.
Volteas a verme, nos volvemos a besar intensamente. Mueves tu cadera en dirección de mi entrepierna. Entiendo perfectamente el movimiento y con mi mano derecha tomo tu tanga y la deslizo hacia un lado.
Mi pene y tu vulva se rozan, sentimos nuestras humedades y gemimos al mismo tiempo. Frotas tu clítoris en mi pene, desde la base hasta la puta de mi glande y de regreso. Los gemidos no paran y en un movimiento decides llevar mi pene a tu interior. Gemimos nuevamente, pero ahora de forma casi escandalosa. Reiniciamos ese movimiento de cadera tuyo, ayudado de mis manos que no dejan de sostener fuertemente tus nalgas.
Besamos nuestros cuellos y bocas; nos escuchamos gemir en nuestros oídos y aceleramos los movimientos. Veo como se empieza a tensar tu cuerpo y siento como tus uñas se encajan en mi espalda. Como reacción inmediata una descarga eléctrica me invade mientras no paramos de gemir.
Explotamos fuertemente en un orgasmo en conjunto. Me abrazas mientras regulamos nuestra respiración. Nuestros movimientos bajan poco a poco el ritmo hasta quedarnos completamente quietos.
No te muevas, me vuelves a ordenar, mientras haces un movimiento con el que liberas mi pene dejando escapar un último y ligero gemido. Acomodas tu tanga y bajas tu falda. Me das la espalda y cerrándo los botones de tu camisa, con voz autoritaria me dices: ¡Vístete y vete… ah, y si quieres repetir, aquí nunca pasó nada!