Las Heridas de la Infancia

Sentado en el escritorio que tengo asignado en mi trabajo, me tomé el tiempo de subir una historia conmemorativa al día de la niñez a Instagram. La historia va con quince segundos de Another Brick in the Wall (Part 2), que queda como soundrtack de la foto en la que aparezco yo vestido de vaquero, con sombrero en mano, en el kínder. Me es sencillo saber que, esa foto y esa vestimenta, es por la conmemoración de la Revolución Mexicana.

Lo que no me es sencillo saber es qué pasaba por la cabeza de ese niñito que ve a la cámara con el ceño fruncido, como si estuviera enojado. En la historia de Instagram doy un mensaje escrito deseando a quién me sigue, que ojalá y curen sus heridas de la infancia. Aquí es donde viene el chingadazo que yo solo me propino al reconocerme en esa foto.

¡Puta madre!, me digo en el interior. La herida, ahora cicatriz, de mi infancia que sí puedo reconocer en ese niño es la del abandono. En esa foto tengo cinco años, es decir, tenía tres años siendo huérfano de madre, con un padre ausente y siendo criado por el núcleo familiar de mis abuela y abuelo maternos.

La ahora cicatriz del abandono me recorre de la cabeza hasta la punta de los pies. Es como una especie de Falla de San Andrés que de vez en cuando me remueve cosas en la psique que me desequilibran, me hace caer y me reacomoda las placas de mi superficie. Es paradójico el saber que esa cicatriz, producto del abandono, me acompañará hasta el día en que yo abandone la vida en este planeta.

Justo hace un par de días le mandaba un mensaje a mi psicoanalista donde le decía que acababa de ser consciente de que cuando la cicatriz del abandono se hace más presente, es decir, cuando la Falla de San Andrés me hace mierda, tengo una necesidad de ser abrazado por mi madre. Una madre que prácticamente no conocí y seguirá habitando como fantasía en mi cabeza. Y digo fantasía por el hecho de que la separación entre ella y yo fue cuando yo tenía dos años recién cumplidos, la edad próxima al complejo de Edipo.

¡Ja! Las fechas importan, y hoy 30 de abril, día de la niñez está a diez días del día de la madre, que paradójicamente, siempre serán conmemoraciones separadas, pero que inciden directamente en mi psique.

Regresando a la fotografía que subí en la historia, le agradezco enormemente al niño de la foto, en la que me reconozco como Jonny (así me identificaba la mayoría de las personas en ese tiempo). Él vivió con una herida abierta. Con eso pudo sonreír, jugar, aprender, amar, crear y ser feliz.

Gracias, Jonny.

Jona Gallegos